EL ESPACIO DE UNA BIBLIOTECA (O COLECCIÓN)
Los hay de todos los
tamaños y especies, para todos los usos y para todas las funciones.
Vivir es pasar de un
espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse.
Georges Perec.
—DICK: Parece que estás
reorganizando tus discos...
—ROB GORDON: Si.
—DICK: ¿Cronológicamente?
—ROB GORDON: No.
—DICK: ¿Alfabéticamente?
—ROB GORDON: …Autobiográficamente.
—DICK: No fucking way!
¿Qué hacer con nuestra biblioteca cuando
morimos? Se preguntan Umberto Eco y Jean-Claude Carrière en una de las
tantas conversaciones que mantienen en Nadie
acabará con los libros. Y es una pregunta reflexiva con la que se intenta
problematizar a las colecciones más allá de los coleccionistas, determinando su
finitud o su posibilidad de expansión en una nueva colección. La pregunta habilita,
de algún modo, un pensamiento acerca de “un algo” que se constituye como una “meta-curaduría”,
o como una curaduría que emerge a partir de otra que se sostiene en una colección.
Ese algo, presente en esta propuesta curatorial para MicroFeria, desplaza de
sus bibliotecas una serie de ejemplares de variada morfología. En este sentido,
podríamos decir que cuando pensamos una colección estamos abordándola,
implícitamente, desde un pensamiento curatorial. Si el coleccionista
selecciona, acopia, organiza y dispone del objeto de su afición en un espacio
determinado, sea éste una biblioteca (en el caso de los libros) o una pared (en
el caso de una obra, digamos pictórica), se encontrará, al menos
circunstancialmente, en ese lugar en el que usualmente nos hallamos cuando
ejercemos cierta forma de curaduría. Una forma en la que se problematiza el
espacio y se lo transforma a partir de un cuerpo de obras —o de libros— que
pueden organizarse, por ejemplo, autobiográficamente, como propone el personaje
de la novela de Nick Hornby (llevada al cine por Stephen Frears) en el diálogo
citado al comienzo de este texto. Esa forma autobiográfica es la que Carrière
señala a Eco cuando intenta dar cuenta de lo que significan sus bibliotecas. Dice:
Habla de usted tanto como sus obras.
Diría lo mismo por lo que me atañe: el eclecticismo que inspiraba mi colección
habla de mí. Durante toda mi vida no han parado de decirme que era disperso. Mi
biblioteca es, pues, mi imagen.
El
coleccionismo es determinado por muchos factores que habilitan sus posibilidades
de colección, sobre todo en el vasto campo del arte contemporáneo. Pero es ese
componente autobiográfico, por sobre cualquier otro, el que sobrevive a todos
esos factores que constituyen el cuerpo de una colección, de nuestra propia imagen. Un cuerpo devenido retrato que,
en nuestra contemporaneidad, puede prescindir de eso que entendemos como
rostro.
Colecciones incompletas. Una biblioteca
puede significar esa clase de colección. La afición de un bibliófilo jamás
podrá saciarse ante aquello que implica y significa iniciar una biblioteca. Se
dará ésta por completada —el bibliófilo lo sabe— ante la inminente llegada de
su muerte. Luego pasará a ser una colección acabada. Se dispersará o tendrá
como destino una nueva colección (probablemente dentro de otra colección).
Formas de coleccionar. Sería difícil
que una colección pueda prescindir del objeto materializado. La obsesión del
coleccionista no lo permitiría. Sin embargo, coleccionamos cosas todo el tiempo.
De todo tipo. A partir de nuestras acciones. En nuestra mente. El conocimiento o
el consumo pueden pensarse como formas coleccionables. Podríamos hacer extensos
inventarios sobre nuestras búsquedas en internet, sobre el material de archivo alojado
en nuestras computadoras, sobre fotos que no podemos borrar de nuestro celular
o sobre películas que terminan conformando nuestra cinemateca mental. Coleccionamos
incluso aquello que olvidamos. Un libro abandonado en alguna parte de nuestra
biblioteca puede ser redescubierto, luego de transcurrido cierto tiempo, con el
asombro de la primera vez.
Una colección para MicroFeria. Estas
vitrinas reúnen ejemplares bellos —y no tanto—, manuscritos, con dedicatorias,
libros de artistas, libros intervenidos por artistas. Libros de coleccionistas,
de curadores, de galeristas, de gestores, de editores. Libros desplazados de
sus estantes, de sus bibliotecas, de sus mesas de feria. De las
resignificaciones —posibles y constantes— a las que los sometemos cuando los
reacomodamos, cuando expandimos nuestras colecciones o simplemente cuando se
nos antoja concederles un nuevo emplazamiento. Incluso uno autobiográfico, como
con los discos de Rob Gordon.
Pablo Silvestri
Rosario, 2017
para "MicroFeria Rosario"